El ser humano experimenta emociones desde que nace, pero estas respuestas innatas se modifican a lo largo de la vida. Cumplen la función de facilitar la adaptación al entorno y por ello nunca es pronto para empezar a canalizarlas. En este sentido, la educación emocional en la escuela debe ser una actividad cotidiana.
La educación emocional
Hablamos de reacciones subjetivas a estímulos externos, que originan cambios fisiológicos (sistema nervioso, endocrino, músculos etc). Es un complejo mecanismo que cumple un rol importante en el desarrollo del niño.
Las emociones han sido ampliamente estudiadas desde los campos de la neurobiología y la psicología. Incluso Charles Darwin le dedicó un libro al tema de la expresión de los estados emocionales en hombres y animales. Pero fue a finales del siglo XX cuando su adecuada gestión fue definida como un tipo particular de inteligencia. El concepto de inteligencia emocional se le atribuye erróneamente al psicólogo estadounidense Daniel Goleman. Si bien él popularizó el uso del término, ya otros autores, como Wayne Payne, Beldoch y Leuner, lo habían utilizado previamente.
Hoy en día se suele aplicar la definición de Peter Salovey y John D. Mayer. Ambos psicólogos desarrollaron un modelo de inteligencia emocional, entendiéndola como “la habilidad para percibir, asimilar, comprender y regular las propias emociones y las de los demás promoviendo un crecimiento emocional e intelectual”.
La inteligencia emocional en la educacion
De acuerdo a la teoría de Peter Salovey y John D. Mayer, la inteligencia emocional involucra cinco dimensiones:
Conocimiento de las propias emociones: esto es, percibirlas, identificarlas y reconocerlas conscientemente. Implica establecer la relación entre cada emoción y la respuesta física y cognitiva que desencadena.
Capacidad de autocontrol: en ningún momento se refiere a la supresión de la respuesta emocional. Por el contrario, aboga por su adecuada gestión y canalización. La intención es moderar o reducir el impacto de las emociones negativas y potenciar el de las positivas.
Automotivación: consiste en enfocar la atención en la información que esas emociones pueden brindarnos, integrándolas en los procesos cognitivos. Dado que las emociones regulan el pensamiento, son responsables de generar acciones o respuestas que resulten más o menos eficaces.
Reconocimiento de las emociones de los demás: la habilidad de identificar y anticipar las respuestas de quienes nos rodean es la base del relacionamiento social. Además de permitir la discriminación entre emociones reales y fingidas, también promueve la empatía y la integración social.
Control de las relaciones: la inteligencia emocional brinda herramientas que nos permiten fijar posición, establecer juicios y resolver conflictos o contradicciones emocionales. Actúa como un catalizador de las experiencias propias y ajenas, mediando en las respuestas que facilitan la adaptación al entorno.
Beneficios de la Educación emocional en el aula
Numerosas investigaciones avalan la influencia del adecuado manejo de las emociones en el proceso de formación de los niños. Sus efectos se perciben tanto en su autoestima, motivación y recursos para establecer relaciones y resolver problemas.
La habilidad para manejar asertivamente las emociones, permite comunicar las necesidades, sentimientos y opiniones, buscando puntos de encuentro con el otro. Esto redunda en una reducción de los conflictos y en el logro de objetivos grupales. Cuando los alumnos tienen un mejor control emocional, hay menos comportamientos disruptivos o agresivos en el aula. Igualmente se constata una mayor facilidad para llegar a acuerdos y trabajar en equipo.
Por otra parte, la atención del niño tendrá menos interferencias afectivas, permitiendo un aumento de la concentración. La capacidad de tolerar las frustraciones y las presiones del entorno reduce los niveles de estrés y favorece el aprendizaje. Asimismo, al sentirse aceptados, se incremente la seguridad en sí mismos. Esto permite que los niños estén más dispuestos a explorar y tengan una postura favorable hacia los nuevos conocimientos. Todo ello trae como consecuencia una mayor eficacia pedagógica.
El estímulo de la inteligencia emocional desde los primeros años incide en un mejor desarrollo cognitivo y social. Podemos citar, como ejemplo, el informe realizado por la Fundación Botín para medir el desempeño del Programa Educación Responsable. Más de 150 mil niños, en España, Chile y Uruguay han participado de esta iniciativa y los resultados son contundentes.
En las escuelas donde se aplicó el programa desde el nivel de educación inicial, las conductas agresivas se redujeron en un 23%. Mientras que la creatividad se incrementó en 15% y el manejo del estrés mejoró en un 20%. Para la medición se contrastaron los resultados obtenidos en estas escueles versus grupos de control.
Pero incluso cuando se aplican en etapas posteriores, a partir de los 12 años, se evidencian diferencias significativas. Hay un mejor control de los impulsos y los adolescentes son menos retraídos. En consecuencia, se logra una importante mejoría en la convivencia y clima escolar. Estos factores inciden en el bienestar de los alumnos y favorecen un mejor desempeño académico.
Los beneficios del trabajo con las emociones en el aula trascienden los muros del recinto escolar. En los grupos familiares se percibe una mejoría en el comportamiento de los niños y adolescentes. Se identifican conductas sociales positivas, y una mayor tendencia a las relaciones empáticas, la generosidad y la colaboración.
Las Emociones en Educación Infantil
El trabajo con las emociones en el aula inicia con el relacionamiento del docente con sus alumnos. En este sentido los educadores deben promover que el niño experimente sus emociones, sin coartarlo o desestimarlo. Es importante generar conversaciones que permitan abordar el tema de las emociones, descartando valoraciones positivas o negativas. El foco debe dirigirse a las herramientas para identificar y manejar las distintas emociones, tanto propias como ajenas.
La interacción docente-niño debe darse en términos de confianza y libertad. Para ello resultan indispensables el contacto visual y la escucha empática. Asimismo, es recomendable motivar a los niños a que cuenten sus experiencias. Esto les permitirá comprobar que sus compañeros comparten emociones similares. Igualmente, la realización de asambleas semanales podría ser una buena alternativa para que los niños se expresen y diriman conflictos entre ellos.
Por otra parte, existen muchos recursos que pueden usarse para generar ocasiones de expresión e identificación de las emociones. Cuando son pequeños, el juego simbólico resultará muy efectivo. A través de él, el niño puede reproducir y reelaborar situaciones, pensamientos y relaciones que le resulten difíciles de manejar. Además de enfrentar sus temores, podrá ensayar respuestas alternativas. Al asumir otros roles tendrá la oportunidad de experimentar distintos puntos de vista y mejorar sus habilidades de negociación.
De igual forma, se puede hacer uso de canciones, películas y cuentos relacionados con distintas emociones. Estas actividades pueden realizarse tanto en el aula, como en casa. En este último caso conviene contemplar una sesión en clase, para comentar en grupo sus impresiones. La intención es que el niño comparta sus sentimientos sobre la historia y los personajes, que servirán como recursos proyectivos.
Con respecto a los cuentos, pueden utilizarse para incitar determinados estados emocionales o como estrategia didáctica. Con ella podemos generar momentos de relajación o señalar el inicio de actividades más enérgicas. Pero también puede dar pie a conversaciones sobre emociones específicas: tristeza, temor, alegría.
Y aún existe una tercera alternativa, y es la de estimular la expresión anímica a través de la música. Al igual que otras actividades creativas, como la pintura o el modelado, la música permite recrear estados emocionales. El arte es un lenguaje que nace de la sensibilidad y el contacto con el mundo interior. De allí su potencial para plasmar las emociones y sentimientos.
Finalmente, no podemos pasar por alto la gran variedad de juegos didácticos que versan sobre las emociones. Pero también pueden hacerse dinámicas sencillas en clase, como juegos de representación y mímica basados en emociones.