En las escuelas donde se aplicó el programa desde el nivel de educación inicial, las conductas agresivas se redujeron en un 23%. Mientras que la creatividad se incrementó en 15% y el manejo del estrés mejoró en un 20%. Para la medición se contrastaron los resultados obtenidos en estas escueles versus grupos de control.
Pero incluso cuando se aplican en etapas posteriores, a partir de los 12 años, se evidencian diferencias significativas. Hay un mejor control de los impulsos y los adolescentes son menos retraídos. En consecuencia, se logra una importante mejoría en la convivencia y clima escolar. Estos factores inciden en el bienestar de los alumnos y favorecen un mejor desempeño académico.
Los beneficios del trabajo con las emociones en el aula trascienden los muros del recinto escolar. En los grupos familiares se percibe una mejoría en el comportamiento de los niños y adolescentes. Se identifican conductas sociales positivas, y una mayor tendencia a las relaciones empáticas, la generosidad y la colaboración.
El trabajo con las emociones en el aula inicia con el relacionamiento del docente con sus alumnos. En este sentido los educadores deben promover que el niño experimente sus emociones, sin coartarlo o desestimarlo. Es importante generar conversaciones que permitan abordar el tema de las emociones, descartando valoraciones positivas o negativas. El foco debe dirigirse a las herramientas para identificar y manejar las distintas emociones, tanto propias como ajenas.
La interacción docente-niño debe darse en términos de confianza y libertad. Para ello resultan indispensables el contacto visual y la escucha empática. Asimismo, es recomendable motivar a los niños a que cuenten sus experiencias. Esto les permitirá comprobar que sus compañeros comparten emociones similares. Igualmente, la realización de asambleas semanales podría ser una buena alternativa para que los niños se expresen y diriman conflictos entre ellos.
Por otra parte, existen muchos recursos que pueden usarse para generar ocasiones de expresión e identificación de las emociones. Cuando son pequeños, el juego simbólico resultará muy efectivo. A través de él, el niño puede reproducir y reelaborar situaciones, pensamientos y relaciones que le resulten difíciles de manejar. Además de enfrentar sus temores, podrá ensayar respuestas alternativas. Al asumir otros roles tendrá la oportunidad de experimentar distintos puntos de vista y mejorar sus habilidades de negociación.
De igual forma, se puede hacer uso de canciones, películas y cuentos relacionados con distintas emociones. Estas actividades pueden realizarse tanto en el aula, como en casa. En este último caso conviene contemplar una sesión en clase, para comentar en grupo sus impresiones. La intención es que el niño comparta sus sentimientos sobre la historia y los personajes, que servirán como recursos proyectivos.
Con respecto a los cuentos, pueden utilizarse para incitar determinados estados emocionales o como estrategia didáctica. Con ella podemos generar momentos de relajación o señalar el inicio de actividades más enérgicas. Pero también puede dar pie a conversaciones sobre emociones específicas: tristeza, temor, alegría.
Y aún existe una tercera alternativa, y es la de estimular la expresión anímica a través de la música. Al igual que otras actividades creativas, como la pintura o el modelado, la música permite recrear estados emocionales. El arte es un lenguaje que nace de la sensibilidad y el contacto con el mundo interior. De allí su potencial para plasmar las emociones y sentimientos.
Finalmente, no podemos pasar por alto la gran variedad de juegos didácticos que versan sobre las emociones. Pero también pueden hacerse dinámicas sencillas en clase, como juegos de representación y mímica basados en emociones.